Javier Fesser firma un retrato del Opus Dei que horroriza pero cuya fuerza convence
CARLOS BOYERO
Vi (o más gráficamente, sufrí) Camino en un pase hace dos semanas. En soledad, anhelando que terminara el calvario de la niña que la protagoniza, sintiéndome revuelto en cuerpo y alma. Cuando me preguntan que si me ha gustado, descubro que el término gustar puede ser completamente inapropiado, incluso frívolo para juzgarla. Me horroriza el universo que describe Javier Fesser e imagino que ése era su propósito al desarrollar esta historia de terror, de monstruos manipulando el intolerable dolor de una criatura letalmente enferma, ofreciendo su inmolación con infinita crueldad a un dios desconocido. En mi caso, el director ha conseguido hacerme pasar dos horas infernales, que desvíe la mirada de la pantalla, que pasado el tiempo mantenga en la retina y en el oído la cara y la voz de esa niña, el estupor y el asco hacia la secta de modales suaves, dialéctica meliflua, consignas implacables y fines salvajemente primitivos que la utilizan como sacrificio religioso. Es el precio sensitivo que tengo que pagar como espectador al ser testigo del funcionamiento, los mecanismos psicológicos, la metodología, el anverso y el reverso de los templos del fanatismo, sea éste en nombre de Alá, de Dios o de Satanás. Supondría un alivio imaginar que lo que nos muestran es ficción, una narración sobre princesas desamparadas y villanos indestructibles que mancillan su inocencia y las obligan a corromperse, una batalla entre la luz y la oscuridad en la que forzosamente tiene que aparecer y triunfar el paladín del bien, una fábula convenientemente maniquea con tranquilizador o exaltante final feliz. No lo es. Hasta los habitantes del limbo saben que Javier Fesser está hablando de la Obra, de los principios, comportamientos, rituales, objetivos terrenales y celestiales de una organización religiosa que nunca ha descuidado el poder económico, político y social.
Berlanga nos hizo reír utilizando la sátira con personajes del Opus Dei en la espléndida La escopeta nacional. Esa novela tan eficaz en sus propósitos de comercialidad como chapuceramente escrita titulada El Código Da Vinci consiguió el desgarro de vestiduras y la inhabitual quejumbre pública de los discretos hijos espirituales de Escrivá de Balaguer. La embestida de Javier Fesser contra ellos no tiene formato de comedia ni de intriga, sino de tragedia. Aun más atroz porque las víctimas son niños. Una cría que es pura vida, utilizada como chivo expiatorio para la glorificación de la muerte y de la voluntad de Dios no ya por los mandarines de la secta sino por su propia, ciega y tenebrosa madre, y una hermana a la que estratégicamente lograron robotizar en la adolescencia, en la edad de la incertidumbre.
Sé lo que rechazo en este testimonio tan alarmantemente hermanado con la realidad. Me molesta la visualización machacante de los sueños y las pesadillas de la protagonista, las naturalistas secuencias del quirófano, un cura joven que resulta más caricaturesco que veraz, la excesiva y obsesiva utilización de la música, un desenlace inútilmente alargado. Me enamora demasiado esa cría maravillosa llamada Nerea Camacho como para distanciarme mínimamente de su tortura. Me creo lo que dicen los niños y cómo lo dicen. Me gusta la piedad de Fesser hacia ese padre débil, dubitativo, aterrado e impotente. Y me provocan mucha grima y miedo los apacibles verdugos. Si te obligan a elegir compañías indeseables entre las pavorosas sectas casi prefería a los simpáticos y siniestros ancianitos de La semilla del diablo. Y me entra el mal rollo cada vez que recuerdo Camino, lo cual me hace deducir que posee fuerza, que me ha tocado.
He apreciado el intimismo, la sutileza y la comprensión hacia los personajes de la película japonesa Aruitemo, aruitemo, un reencuentro familiar en el que andan sueltos los fantasmas, las viejas heridas, las medias verdades, la imposible catarsis. Y supongo que el caos que describe la curiosa y deslavazada película palestina El cumpleaños de Laila se parece bastante a la realidad. Y me cuesta recordar algo de la pretendidamente graciosa pero delirantemente boba película francesa Louise-Michel. Y lo que me cuentan en la canadiense Mamá está en la peluquería, los consecuentes traumas que padecen tres hermanos por la rotura de matrimonio de sus padres y la huida de la madre, lo ha hecho con mejor fortuna el cine en bastantes ocasiones. Qué difícil te lo pone la Sección Oficial para entusiasmarte un poco con alguna película. Acabas conformándote con lo que sólo es digno. Y la resignación siempre es cansina.
Publicado originalmente en el diario El Pais 26/09/2008
miércoles, 24 de septiembre de 2008
Los monstruos imponen el 'Camino'
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